Srta. Jara Modern Living

prêt-à-porter 1968



En la década de los sesenta se produjo una gran revolución en la moda a nivel internacional. La Alta Costura, sin llegar a desaparecer, fue poco a poco desplazada por el prêt-à-porter. Se inició un periodo de democratización de gran repercusión desde el punto de vista social; las prendas se empezaron a fabricar a gran escala, y la ropa de diseño, bien confeccionada, alcanzó a otros estratos sociales.

Nombres de nuevos diseñadores que no pertenecen a la Haute Couture se imponen tanto como sus innovaciones: en 1959, Daniel Hechter lanza el tapado sotana; en 1960, Cacharel recrea la camisa para mujer; en 1963, en Londres, Mary Quant con el Ginger Group, da origen a la minifalda.

Cuando la Haute Couture imponía la misma estética de la gracia, la delicadeza y el charme para todas las mujeres, éstas ambicionaban encarnar la elegancia y el chic refinado. Pero en los años 1960-1970, el consenso estético se destruye por la aparición de la ropa deportiva, las modas jóvenes marginales (hippie, punk, new wave, rasta, skin head) y, sobre todo, por las creaciones de los diseñadores del prêt-à-porter, que multiplican los estilos más heterogéneos. Desde entonces, no hay más una moda sino muchas.
Ni clásica ni vanguardista, la Haute Couture ya no produce más la última moda, sino que reproduce su propia imagen de lujo como una vitrina de puro marketing, con el fin de vender en todo el mundo sus “marcas” de prêt-à-porter, para hombre y para mujer, sus licencias, sus perfumes y cosméticos y los artículos más diversos, como las gafas de sol Dior, los bolsos Vuitton, las carteras Hermès o los vestidos de Pierre Cardin. Desde que Chanel lanzó su perfume Nº 5 en 1921, Lanvin, su célebre Arpège en 1923 o Patou el Joy, promocionado como “el perfume más caro del mundo”, en 1930, estas casas nunca dejaron de aumentar sus ganancias.

Muchos de los grandes nombres de la Alta Costura se sumaron a esta nueva tendencia para poder mantener sus casas, e incluso algunos de ellos optaron por abrir boutiques donde se comercializase esa otra línea paralela a sus creaciones más mimadas. El primer caso fue el de Yves Saint Laurent. Sin embargo, fue sólo cuestión de tiempo que todos los grandes salones se despidiesen de sus mejores clientas. El excesivo importe de los impuestos relacionados con el lujo y otras razones fiscales aceleraron el cierre de la mayoría de estas casas.

Srta. Jara (prêt-à-porter 1968)

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